II- BOLLITO

Bollito

Dos horas de sueño y una ducha fría reactivan a la inspectora.
––Hoy toca de ejecutiva putilla ––se vistió y maquilló.
Llegó a la Central de Policía al ritmo de Matt Bianco.
<<Don´t blame it on that girl.
It´s the only way she knows.  
Don´t blame it on that girl.
She wants a better world>>  

 
Su viejo Volkswagen amarillo ya destacaba en el parking de los jefazos, que a pesar de la hora temprana ya estaba lleno.
Val subía las escaleras con desgana. El ascensor llevaba más de dos semanas estropeado y la empresa proveedora. tras seis meses sin cobrar, se negaba a repararlo.
Los inspectores, el inspector jefe y el comisario trabajaban en la tercera planta.
Cuarenta y cinco escalones.
Tap, tap, tap, tap, tap, tap... ––¡Joder!
Los rayos de sol se filtraban por las escaleras del antiguo teatro. Val los rehuye como si se tratara de un auténtico vampiro.
Se protege de ellos con sus redentoras Ray Ban y masca un chicle que dejaba siempre pegado al salpicadero de Piolín.
Así de cariñosa era con su coche.
El clásico germánico había pertenecido a su madre. Con él la llevaba a un colegio de monjas e iban de compras. Los pocos momentos felices de su infancia giraban alrededor del escarabajo. Era cuando mamá y ella estaban a solas. Cantaban canciones y bromeaban. Salir de la opresión del hogar era una liberación y Piolín el color de sus vidas.
Valeria se gastaba una fortuna en mantenerlo impecable. Piolín y una foto descolorida, escondida en la caja de un trastero, era lo que le quedaba de su madre. La persona que más le había querido en la vida hacía muchos años que había fallecido.
Demasiados.
El inspector vio aparecer a Val y pensó lo de siempre.
––(Demasiado buena para ser bollera).




Así es la inspectora Sánchez.
Una hembra de piel fibrada y dura.
Una hembra de casi metro setenta, generosos pechos y trasero rotundo. Su cara cuadrada la suavizan unos pómulos marcados y una barbilla con un hoyuelo muy sexy. Bajo sus cejas cuidadas destacan unos ojos negros que perfilaba del mismo color.
Cuesta mantener su mirada.
Le acomplejan sus sugerentes labios pequeños y gruesos que intenta disimular con colores pálidos.
Su nariz es pequeña, graciosa con una pequeña marca donde acababa el tabique nasal que le da un especial encanto.
Corona su cabeza un pelo negro corto, que parece cortado aleatoriamente; Gonzalo bromeaba y corría el rumor de que se lo cortaba ella misma.
Hoy ha tenido el detalle de vestir elegante, con traje chaqueta y zapatos negros. Luce una blusa blanca larga, con un corte central que parte desde el ombligo, dejando ver parte de su atlético abdomen y la terminación de un piercing circular de pedrería.
La inspectora Valeria Sánchez era en resumen una tipa muy sexy, preparada e inteligente que destilaba fuerza y confianza.
El inspector jefe Gonzalo cuando la veía tan perezosa, imaginaba morboso que Bollito se había pasado la noche...
––(Demasiado buena para ser bollera).

Al principio de conocerse habían mantenido sus diferencias. Gonzalo era de la vieja escuela y no estaba acostumbrado a que nadie le hiciera observaciones y menos una mujer.
––¡Una mujer subinspectora!
––Al tiempo la cosa empeoró
––¡Una policía bollera!
Para putearla la tuvo casi un mes limpiando las alcantarillas de habitantes de dos patas y un verano entero persiguiendo manteros.
Pero la tipa nunca se quejaba y le entregaba los partes diarios.
Cada vez que se cruzaban se sonreían con hipocresía.
Pero al final del verano cambió el concepto que tenía de ella. Por orden directa del comisario la envió a una operativa policial en sustitución de un agente que le caía mal.
La operativa parecía sencilla. Irían a arrestar a un nuevo traficante que destacaba por su especial violencia. Entrarían de incógnito en el Barrio de las Tres Muertes y saldrían con el tipo engrilletado y las máximas pruebas posibles. El barrio recibía ese nombre porque allí la muerte campaba a sus anchas personificada en la Heroína, el Sida y el Hambre.
Todo preparado. El secretario judicial con la orden idem, cuatro oficiales, la subinspectora y el inspector Mario Fernández.
Si había problemas cinco patrullas llegarían de apoyo. Entraron en el Barrio de las Tres Muertes en una furgoneta blanca sin rotular. Allí por no entrar, no entraba ni el camión de la basura.
El inspector se dirigió a Val, mirándola con disgusto.
––Está aquí para suplir una baja. Llevo semanas preparando esto con mi equipo. Aparcaremos frente a la vivienda, yo saldré vestido de repartidor de propaganda. Abriré la puerta y subiremos cagando hostias. Arrestamos al tipo y registramos su nido cagando hostias y salimos de esta cloaca cagando hostias ––el tipo paró un momento de defecar y prosiguió––. Usted señorita subinspectora escoltará en todo momento al secretario judicial. Espero que no la cague.
Ella ni le contestó.
Los oficiales y el secretario judicial la observaban divertidos.
Les habían cambiado a Cayetano, un tipo fornido que parecía el doble de Chuck Norris por una joven que vestía impecable y rezumaba feminidad por todos los poros de la piel.

Su Cayetano de los pectorales de acero, por una tipa con una delantera que amenazaba con escapar del chaleco anti balas hecho a medida.

Un nuevo sin sentido, como el cambio de sus queridos subfusiles  Z-70 de decenas de proyectiles 9mm parabellum, por escopetas correderas Franchi SPS 350 con 4 cartuchos del calibre 12 más el de la recámara.

Llegaron a una placeta que estaba rodeada de modestos bloques de viviendas construidos en los años cincuenta, tenían tres pisos de altura. Sus fachadas eran un mosaico de colores.
Los colores de la pobreza.
Ventanas de madera blanca, de aluminio gris, persianas de madera verde, de plástico marrón, ropa tendida, pintura desconchada, rejas de todo tipo, grafittis...
Los bloques estaban unidos como si formaran una sola pieza.
En el centro de la placeta, a modo de glorieta, una gran mole de hormigón de veinte pisos de altura albergaba su objetivo.
Estaba rodeado de una gran acera y por rectángulos que antaño fueron jardines y ahora no eran más que trozos de tierra estéril, llena de piedras, vidrio, basura, plásticos, chatarra y palomas muertas. Solo había una vía de entrada y otra de salida, las dos daban a la misma calle.
––Nancy y Equipo Alfa preparados.
La entrada del bloque daba a la parte lateral que se utilizaba como vía de servicio. La zona estaba llena de vehículos aparcados. Así pues tuvieron que aparcar en doble fila, detrás de varios coches estacionados en paralelo.
El inspector cogió un fajo de folletos, se ajustó la gorra bajando por el asiento del copiloto. En la parte trasera estaban Val, los agentes y el secretario judicial. A través de los cristales tintados vieron como el inspector pasaba entre dos vehículos y se dirigía a la puerta del bloque de pisos.
Nada más poner un pie en la acera le sorprendió un disparo que le destrozó el hombro. Otro le rozó la oreja. Mario reaccionó y se lanzó al suelo.
Los folletos volaban al igual que las balas.
El blindaje de la furgoneta no estaba preparado para proyectiles de gran calibre y empezaba a resentirse.
Se oyeron varios chirridos de ruedas. Dos vehículos cerraron los accesos a la plaza . Sus ocupantes bajaron y les empezaron a disparar con pistolas y fusiles semi automáticos. El conductor de la furgoneta estaba bloqueado y no hacía ningún ademán de realizar una maniobra evasiva.
Alguien había dado el chivatazo. Val estaba segura de que había sido su “amigo” Cayetano.
Aquello era una ratonera de plomo y ellos los roedores.
Los proyectiles atravesarían los blindajes de la chapa y de los cristales de un momento a otro.
Cuando llegaran los refuerzos ya estarían muertos.
Val analizó la situación. Estaba acompañada por cuatro agentes asustados y un secretario judicial que ya se había meado.
Sacó su arma reglamentaria, la pistola HK USP Compac de 9 mm parabellum, y se lanzó por la puerta trasera de la furgoneta  celebrando el Día de la Madre: ––¡Hijos de puta!
Val disparaba como si estuviera en una película del oeste, buscando por instinto a los tiradores que llenaban sus pasos de plomo. Rodó por el suelo y se parapetó entre dos coches que ya empezaban a transformarse en quesos de Grüyere. Renovó la munición de su arma, cogió aire y salió a recoger su compañero disparando sin parar.
Un quejido en una terraza. Uno menos.
Sánchez recibió tres impactos de gran calibre en la espalda que el chaleco y la adrenalina amortiguaron, con la zurda acabó de arrastrar al inspector Mario entre los coches aparcados.
De momento estaban a salvo.
Mientras tanto, plomo de diferente calibre caía sobre sus cabezas. El inspector tenía las piernas cosidas a balazos.
––Dame tu pistola y saldremos de aquí cagando hostias.
Mario se la dio, Val comprobó los cargadores. Los dos sudaban como perros. 
––Nancy tienes un par de ovarios.
La subinspectora Sánchez salió disparando a dos manos en dirección a uno de los vehículos que taponaban la huida. La maniobra sorprendió a los pistoleros y envalentonó al resto de los agentes que la cubrían a escopetazos y recogían al inspector.
Val corría con determinación.
En su cabeza sonaba una melodía,  el Canon in G menor de Pachabel, la música elegida para su sepelio. Al ritmo de los violines despachó a uno de los tres atacantes de un certero disparo en la cabeza, la acción transcurría en una secuencia sin final, a cámara súper lenta un proyectil impactó en su hombro y el disparo de un compañero rozó su cabeza para finalmente alojarse en el pecho de un segundo enemigo.

El último pistolero tenía ya a Val encima y a sus dos compinches yaciendo a sus pies. Disparó a Valeria en el pecho y dijo sus últimas palabras. La amazona lo había acribillado a balazos.
La agente subió al Mercedes que habían cruzado en medio de la calle los agresores y dejó vía libre a la furgoneta que ya quemaba neumáticos.
Val hizo de avanzadilla y salieron de Las Tres Muertes.
En su huida se cruzaron con varios coches patrulla que iban en sentido contrario a toda leche. Al pasar el peligro no pudo soportar más el dolor y se desmayó al volante. El Mercedes se estampó contra la puerta de una joyería.
No era de extrañar, era el coche de un chorizo. 
 
Medalla, mención y ascenso.
Ahora era la inspectora Sánchez.

Aquello abrió la mente del inspector jefe Gonzalo Rodríguez.
––Da igual el sexo y la orientación sexual, lo importante es ser un buen policía ––esa era su nueva frase favorita.
A Val empezó a llamarle cariñosamente Bollito.
A ella le encantaba. Pero solo permitía que le llamaran Bollito a él y a Gus. El resto sufría su ira y le dedicaban otros sobrenombres menos rebuscados.

Varias semanas después del suceso se celebró el patrón de la policía en la más selecta sala de fiestas de la ciudad.
En pleno auge de risas y alcohol se presentó Val.
Todos quedaron boquiabiertos.
Llevaba de la mano a una chica que parecía sacada de un pase de modelos. Alta, estilizada y guapísima.
Su acompañante pelirroja vestía un vaporoso vestido rojo con una apertura en la espalda que le llegaba casi hasta el suelo. Val vestía de mujer con un ceñido vestido corto blanco y decorado con orlas doradas.Las jóvenes que ya venían ebrias se marcaron varios bailes que a modo de coreografía contagiaron al resto de féminas y al incombustible Gus. La pista de baile parecía el improvisado escenario de un musical de Bolliwood (nunca mejor dicho).
La sed venció a las jóvenes que se personaron en la barra de bar haciendo el trenecito. Val se restregaba con su amiga que hablando en vasco pedía los cócteles pegada al mostrador.
Val giró el cuerpo de su acompañante y la dejó sin respiración  durante casi un minuto y al resto del personal por más tiempo. Entre ellos al jefe de inspectores Gonzalo.
––Jefe, le presento a Sofía. Demasiado buena para ser bollera.






Textos propiedad intelectual de  José Antonio García Esteban
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