I- EL ÚLTIMO DÍA

 <<Sufre si quieres Gozar. Baja si quieres Subir.
Pierde si quieres Ganar. Muere si quieres Vivir.>>
La habitación es un pesebre de ratas y humedad.
Todas las paredes son de piedra caliza, excepto la ocupada en su totalidad por un espejo que en su superficie churretosa tiene pegada una fotografía.
Esa imagen es lo único que parece real del sótano.  
El sujeto del retrato viste el uniforme de gala del cuerpo de policía y sonríe feliz lleno de optimismo ante la perspectiva de una vida resuelta y al servicio de unos ideales: Proteger y Servir.
Todos los bordes de la fotografía están roídos.
Muy roídos.
Desde la oscuridad brillan unos enormes globos oculares. Recorren al detalle la instantánea, mientras los roedores campan a sus anchas sobre el espectador.
La foto se suelta de una esquina y tras varios segundos de zozobra se despega y cae al degradado firme rodando sobre si misma a cámara súper lenta.
La figura lanza un gemido. Lo único que queda de su humanidad es la imagen de la que ya dan cuenta varios roedores.
Aparece un halo de luz que las espanta.
Alguien recoge la fotografía y la vuelve a pegar en el espejo.
El aparente gesto de misericordia forma parte del martirio.
Proteger y Servir.
Él no lo hizo.
Vuelve la oscuridad.
Vuelven las ratas.


El Último Día



El palacete de corte modernista había conocido al igual que la ciudad, días mejores. La veleta de la bonanza giró, el dinero se fue. Fábricas, casinos y teatros cerraron.
El edificio, antaño epicentro de intrigas y grandes fastos de la alta sociedad, languidece en penumbras y silencios, solo rotos por luces de focos y gemidos de un placer simulado. El singular conjunto se ha convertido en el escenario preferido de las productoras de cine para adultos.
Último día de alquiler.
Último día de rodaje.
Última escena.
En el salón principal la sesión dura ya casi una hora.
Los parones para cambiar de plano y hacer fotografías para las revistas especializadas e internet parecen no hacer mella en Stacy Peach. La joven posa dedicando su mejor sonrisa mientras el mulato Jim Dinamita es un desatado huracán que azota el rubio navío.
Todo el equipo de rodaje está pendiente de la nueva princesa del porno. Es la época de fabulosas y frágiles hembras de aspecto aniñado. 
Es la época de Stacy Peach.

Stacy se sienta en el diván de época. La maquilladora pinta y perfila sus labios.
––Rodamos.
La chica es una bomba sexual de color lechoso de apenas metro sesenta. En el plano general la diferencia entre su diminuto cuerpo y el del musculoso Jim es exagerada.
Aquello parecía más bien el rodaje de King Kong.
Con la mano izquierda, Stacy Peach, acomoda su rubia melena hacia atrás.
Desde su monitor Robert, el director, no pierde detalle de cómo Stacy pondrá fin a tres días de sexo frenético. Con la mano izquierda, Stacy Peach, acomoda su rubia melena hacia atrás. Pasea su perfecta fila de dientes con movimientos estudiados, como si tocara la más bella melodía.
Jim exhala pequeños ronroneos, sudoroso tira de oficio. Vuelve a la infancia. Pasea en triciclo por el soleado patio de su casa materna.
Cuba, añorada Cuba.
Stacy sonríe.
Cobrará y volverá a su apartamento con su novio blanco de pene standard.
Los insultos de Jim son música para los oídos de Stacy Peach.
Detiene la maniobra durante unos segundos y mira con desprecio a su famoso partenier. Jim eyaculará cuando ella decida.
Penélope Pérez, siempre quiere tener el mando. Hace dos años abandonó una vida acomodada y de riqueza, para vivir experiencias y protestar así contra un padre autoritario y sobre protector que la obligaba a estudiar y a llevar una vida recta y sana. Su padre uno de los banqueros más poderosos del país se revuelve en su butaca cada vez que dirige el pensamiento en su pequeña Penélope. Controla gobiernos, pero no puede con su hija, la rebelde de cuerpo menudo y curvas de vértigo.
Ella es la que manda, la que domina.
Ella, Penélope Pérez, alias Stacy Peach.
La nueva princesa del porno.
La imagen con la que todos se excitan.
La lluvia está a punto de devolver algo de blancura a su ya sonrosado rostro.
Con un parpadeo empieza la pesadilla.
Un fallo eléctrico. 
Segundos de oscuridad... Confusión total.
Corrientes de aire, movimientos fugaces.
Vuelve la luz, mientras adapta la visión al golpe de claridad, Stacy nota que tiene la cara y el pelo salpicados. Sus ojos parece que le están gastando una broma pesada.
El líquido está caliente, pero es rojo.
Aterrorizada ve al musculoso Jim frente a ella con la mirada perdida... Ha cambiado su famosa herramienta por un aspersor de sangre.
Ella grita como nunca en su vida.
Patalea en un charco viscoso.
El cámara, la maquilladora, los técnicos, el director... Todo el equipo enmudece... Nadie cree lo que está viviendo. Enloquecido, Jim empieza a correr gritando una maldita letanía. Al unísono y viviendo un momento onírico todos giran la cabeza en dirección al recorrido del Adonis Negro que abandona el salón desangrándose y berreando.


Sofía abrió el ventanuco.
––Amanecerá pronto, ya sabes... Las oraciones matinales.
Valeria se pone los pantalones.
––Tía... En qué líos te metes...
––Todo por un buen reportaje... Ya sabes que me gusta hacerlo todo bien.
 ––Bien no. Muy bien ––un lengüetazo terminó la frase.
La morena, ya salía por la ventana.
Su silueta se dejó entrever por el tejado perimetral que unía los cuartuchos de las novicias con el jardín del claustro.
Cuatro cipreses altos y vetustos, un estanque circular y un cuidado jardín daban al patio un aspecto agradable. Nada que ver con el objeto de la presencia de su amiga.
El muro tenía casi tres metros de altura, Val esperó a que pasara un coche patrulla de policía, respiró hondo y aterrizó en la calle. Estar en el convento de clausura era como viajar en el tiempo. La fila de coches aparcados, la calzada bañada por el rocío de la madrugada, los brillos y las luces devolvieron a Val al siglo XXI.
Como era su costumbre siempre aparcaba su querido volkswagen amarillo a varias manzanas.
A su espalda quedó el gótico edificio, en el que predominaban las formas octogonales. La ciudad del pecado lo había engullido, como hacía con todo y con todos. El conjunto databa del año 1402. Dicen que Colón estuvo allí.
La imagen de Sofía asaltó su mente. De todos los reportajes de investigación en los que su amiga periodista freelance, había trabajado, éste le parecía el más arriesgado.
Apuntarse a un postulantado de seis meses para buscar a novicias desaparecidas de las que las familias no sabían nada desde hacía años, le parecía demasiado.
La Curia no colaboraba y Soft tenía un imán para meterse en líos.
Para su tranquilidad Valeria obligó a su preciosa amiga, a llevar a regañadientes, un crucifijo con GPS, invento de su amigo Gus. Efectivamente para Sofía meterse en líos no era nada nuevo.

A Val le gustaba recordar como se conocieron hace ya dos años.
Sábado por la noche. Julio.
Con la playa a pocos kilómetros la ciudad se queda desierta.
Las calles parecían el decorado de una película de zombis.
Valeria había tenido un día de perros en el trabajo.
Los manteros ya no lo ponen fácil. Carreras y hostias.
Las tres Voll-Dam semi calientes del único bar abierto, tampoco ayudaron mucho. 
Esa noche también había aparcado lejos y agotada llegó a su Volkswagen.
De reojo vio en la misma acera a tres personas.
Una lo estaba pasando mal.
Un tipo de unos treinta años de complexión fuerte formaba una barrera con sus brazos. Sus manos estaban apoyadas en la pared.
Mantiene aprisionada a una chica de melena pelirroja y vestido blanco, que alza la voz e intenta zafarse sin éxito.
Entre la pareja y Valeria había una tercera persona.
Otro musculitos que fuma con aparente gesto despreocupado. A la chica le estaban aplastando la cara con las dos manos.
Val pasaba del asunto. Abrió la puerta de su vehículo lanzando una última mirada al grupo.
––¿Qué miras hija de...? ––una pequeña nube de humo acompañaba los piropos del tipo del pitillo.
Aquello ya era demasiado.
Con paso decidido y sin mediar palabra Val se plantó delante del rubiales de metro noventa. Todos parecían sacados del mismo molde: pelo rasurado, tatuajes, piercings, camisetas apretadas y bermudas para lucir más tatuajes.
––¿Vienes a unirte a la fiesta pu... ––la patada en el gemelo terminó la frase.
El tipo ya desequilibrado recibió un rodillazo en la boca que le destrozó los labios, el cigarro y dos dientes. Val se hirió con el piercing del labio en la rodilla. El otro mascachapas gruñó, liberó a la pelirroja y corrió hacia Val.
Lanzó el puño.
Su objetivo la pava de pelo corto.
Su diestra se destrozó contactando con el borde de un parquímetro de la zona azul. Valeria terminó de girar el cuerpo soltándole una patada en la parte trasera de la rodilla, conocida como el hueco poplíteo.
Con la articulación doblada el fulano se mantenía en cuclillas.
El empeine de Val hizo el saque de honor en sus testículos con sus inseparables Panamá Jack.
El tipo se encogió como un guiñapo.
Ahora era Sofía la que descargaba puntapiés en su espalda a la vez que le dedicaba todo su repertorio de insultos. Alguno de ellos incomodó a la propia Val, que miraba perpleja como podía salir tanta inmundicia de esa boca tan candorosa.
Con la tensión acumulada y el litro de cerveza caliente a la inspectora Sofía, le parecía un ángel vengador.
Al trasluz su vestido de inspiración ibicenca dejaba adivinar una figura estilizada en equilibrio con el metro ochenta de la joven. El tramo final del vestido era un sutil juego de transparencias formado por diminutas cenefas de encaje que sugerían una ropa interior a juego y exhibían unas piernas infinitas, que mueve sin parar.
El fulano en el fondo tenía suerte.
Sofía calzaba unos zuecos de plataforma con suela de corcho que apenas le dejarían señal. Tirado en el suelo grita, hace señales con su ensangrentada mano derecha ––¡Para...Para!––, mientras, su compinche ya ha doblado la esquina dejando un generoso regalo para el Ratoncito Pérez.
Val se acercó a la joven, que sin dejar de temblar la miraba con una mezcla de miedo y admiración. En sus pecosas manos baila un móvil que no acierta a sujetar.
––¿Llamamos a la policía?
Valeria contempló a Sofía de arriba abajo. Sofía medía metro ochenta, llevaba recogida la melena de color cobrizo y la trenza le llegaba hasta la mitad de la espalda. Tenía la cara aniñada poblada de pecas, Val no podía calcular bien su edad, las mujeres así pueden parecer todo lo maduras o niñas según les interese. Sus ojos eran verde claro, tenía la nariz respingona y los labios gruesos, sobre todo el inferior, que tiñe su rostro de pura sensualidad. La joven todavía respira con dificultad y está excitada, tras su vestido blanco se adivinaban sus pechos menudos.
La chica parece que acababa de salir de una revista, pero está muy delgada para el gusto de Valeria.
––Tía, yo soy la policía.
Sofía levantó la mano temblorosa.
––¿Qué haces?
––Llamo a un taxi ––acertó a decir.
––Yo te llevo.

Val alejó a Sofía de sus pensamientos.
Ya en el interior de su querido escarabajo. Tanteó debajo del asiento y encontró su teléfono móvil. Tres llamadas perdidas y un mensaje de Gonzalo Rodríguez el jefe de los inspectores:
<<Bollitomovbidaalcaldreuniontrajeguapa>>
Val estuvo un buen rato riendo pegada al volante.
La inspectora Valeria Sánchez circuló hasta la avenida principal, paró en doble fila delante de un quiosco, cortó los flejes que sujetaban los legajos de la prensa local y escudriñó buscando alguna noticia grave o llamativa. Nada. El corrupto del día... Las clásicas fotos del alcalde dando talones... El alcalde inaugurando un ho... El alcalde... Nada. En la prensa no había nada.
Rompe el día, por fracciones de segundo, una brisa macabra recorre la anatomía de Val. La inspectora mira a su alrededor angustiada, hasta que se ríe de ella misma.
Parece que nada a cambiado.
Pero algo le dice que todo ha cambiado.
Para la dulce inspectora Valeria Sánchez, hoy empieza el último día de su perfecta existencia.



Textos propiedad intelectual de  José Antonio García Esteban
Prohibida la reproducción en cualquier medio existente sin la autorización del autor. Dibujos del autor. 










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