V- HARD INTERROGA

Pasadas las 14:30 hs, la inspectora Valeria Sánchez entró en su nuevo despacho del Salón de Actos y cerró con llave. Portaba una carpeta y un pen, que había dejado Gus a su atención. Allí estaba toda la vida de Eliseo Ramírez, alias Jim Dinamita.
Ojeó los folios y sonrió con ternura al ver resaltada con un marcador fluorescente la información más relevante.
Leyó una nota: < Bollito, mientras hacías de Cenicienta, bailando con tu Principito y perdiendo algo más que un zapato, tu súbdito, Gus el informático de la triste figura, ha preparado este informe. En el Pen tienes una carpeta con imágenes y enlaces.
Nota final: el resto de contenido es privado, así que no seas putilla y no te lo quedes que es de Huelva.>
Val dejó sus pertenencias sobre la mesa que había elegido por la mañana.
––¡Coño, el sofá! ––junto a las ventanas habían colocado un sofá, sus tres plazas eran bañadas por los rayos de sol vespertinos.
Val se quitó el sujetador, se acostó sobre el mullido cuero negro y se quedó dormida.
Había forzado en exceso su cuerpo: Sexo hasta la madrugada, reuniones con jefazos e investigaciones con escalada y tirolina.
Ahora dormía boca arriba.
Todavía no había comido.
Así era Val, como decía su amigo Gus, lo daba todo.
Cuando el inspector Marcos León entró en el despacho, llamó su atención un suave ronquido.
Su compañera duerme profundamente en el sofá.
Un hilillo de babas le baña la mejilla.
León tomó asiento y contempló a su compañera. Realmente era una tía seductora, así dormida parecía una fiera domada. Le daba morbo contemplar como sus pechos subían y bajaban rítmicamente al compás de la respiración. A través de su ceñida camiseta se transparentaban los gruesos pezones de la inspectora.
El sujetador Intimissimi de la agente colgaba de una silla. Miró la talla (105) y lo olisqueó, Marcos León no pertenecía a ninguna clase de pervertido, simplemente le gustaba desglosar el aroma de todo lo que le rodeaba e identificarlo. Y eso ya se había convertido en una psicopatía. Según él así se conocía mejor a las personas.
Crema corporal ... ¿Biotherm....? Perfume..., de rosas...
Siguiendo el recorrido visual llegó a un abdomen liso y cuidado donde sobresalía un ombligo redondo, muy sexi.
El contraluz iluminó una sutil hilera de vello que partía hacia su intimidad. Tenía el botón del pantalón desabrochado y la cremallera había cedido unos centímetros por la presión de las caderas dejando a la vista unas braguitas de encaje rojo y el nacimiento del pubis.
Aquella fuente de vida era un regalo para un tipo como León, su especialidad le hacía ver demasiada muerte.
Muertes violentas, causadas por el mayor depredador.
El hombre.
León, intentando hacer el menor ruido posible, organizó su mesa, había mucho trabajo. La dejó dormir una hora más.
Miró el reloj.
En menos de una hora la inspectora tenía que encargarse de los interrogatorios de los testigos y él había quedado con la forense.

En el poco tiempo que llevaba en la ciudad y en el caso ya había oído todo de historias sobre Val. Los cuatro agentes que le habían asignado parecían alcahuetas.
Contaron que la inspectora Valeria Sánchez era lesbiana y que tuvo un affair con la forense y que la cosa no terminó bien porque Elena tenía una hija y que juró en voz alta que la autopsia que haría más feliz sería la suya y que la inspectora evitaba entrar en ese edificio.
––Despierta Blanca Nieves ––Val se lo quedó mirando con sopor.
––Hay trabajo que hacer. Yo he de supervisar la autopsia de la víctima y a ti te espera una tarde completa con los testigos. Si te parece mañana a primera hora hacemos un breefing.
––Las copas las tomo por la noche.
––Muy graciosa.
Val se incorporó, desperezó su cuerpo de espaldas a León y se adecentó la vestimenta.
Su teléfono ya sonaba: Llegaban los primeros testigos.
Un bocadillo, café de máquina y una ducha rápida revitalizaron a Val. Abrió su taquilla y eligió un color de camiseta. La agente usaba sin ningún tipo de pudor el único vestuario de la planta. Muchos agentes se incomodaban al ver en la ducha a ese escultural cuerpo, pero a otros les alegraba el día y se tapaban disimulando las partes nobles con la toalla, convertidas ya en mástil y bandera.
Gus siempre bromeaba con el asunto:
––A ver cuando nos hacen un vestuario para las chicas.
Sus botas ya trotaban escaleras abajo.
Saludó vagamente a los presentes.
––Que suban por orden de llegada.
La sala de interrogatorios estaba en la planta de los mandos. Val subió con el primer testigo los cuarenta y cinco escalones.
Tap, tap, tap... ––Han de traer una pieza de Alemania.
Al cuidador de la finca Val lo había descartado de antemano.
Aparte de parecer un tipo incapaz de hacer ni de saber nada, ya había tenido su ración de trasero.
La sala de interrogatorios era pequeña, apenas cabían la mesa y las dos sillas, en la pared estaba la cristalera y dos cámaras.
Una lámpara de luz fluorescente parpadeaba en el techo.
No había dinero para comprarlos y decían que así intimidaba más. 

A pesar de los intentos de la inspectora, todas aquellas personas llegaban al mismo nexo:
Sin luz, sin pene, sin asesino.
La declaración más tensa fue la del director Roberto García, alias Robert Sex. No paraba de reclamar las cintas. El tipo a diferencia de sus colegas todavía grababa en películas vírgenes de 35mm.
––Es la última película de Jim Dinamita, la obra póstuma del nuevo mito del cine porno, el valor de esas cintas es de miles y miles de euros. Trabajo por dinero y ustedes me lo tienen secuestrado.
––No se preocupe, se las devolveré ––a pesar de la impertinencia del tipo Val intenta ser amable.
––¿Se las devolveré?¡Já! Se-ño-ri-ta, si mis cintas sufren algún tipo de extravío o desperfecto le-pon-dré-una-que-re-lla ––el tipo de aspecto desaliñado, sucio y dejado, la volvía a señalar con el dedo.
Los ojos de Val se oscurecieron.––Vuelve a amenazarme y tendrás que gastarte una pasta en celo para pegar las cintas fotograma a fotograma. Pero antes te daré el teléfono de la AAP, la Asociación de Amigos de los Puzzles porque te las daré todas juntas en una bolsa de basura industrial.
––No... No, me mal interprete inspectora ––el tipo enrojeció––. Así es el mundo de los negocios, sólo importa el dinero, hay sacar rédito a las oportunidades. Míreme bien... ¿Cree que estoy forrado? Esta tarde le traeré un proyector y le enseñaré a manejarlo.
––Y yo le prometo que tendremos sus películas el tiempo mínimo imprescindible para la investigación.
––Oh, por favor, inspectora tutéeme. Es una pena que le haya dado por la carrera policial, usted tiene aptitudes para metas mas altas. Metas que ni podría imaginar.
––Lo sé. Usted también podía abrirse a otros campos. ¿Conoce el festival anual de cortos?
El acaudalado director de cine para adultos alias Robert Sex, salió sonriendo de oreja a oreja.

Pensaba en las cosas que le obligaría hacer a la puta de la inspectora Sánchez si la estuviera dirigiendo.

La maquilladora contó la vieja cantinela, Val se fijó que a pesar de su pecaminoso trabajo, se trataba de una mujer muy religiosa. Hablaba con acento rumano y con los dedos índice y pulgar no dejaba de acariciar un crucifijo de oro.
––Eso es porque Dios lo ha castigado, o más bien el Diablo.
––¿Por qué dice eso?
––A mí me pareció ver una sombra maligna. ¡Una sombra de voz de ultratumba! ¡Demoníaca! ––la voz cantarina de la buena señora bajó de  los ochenta decibelios para ser casi inaudible, y mirar con temor de izquierda a derecha––. La sombra susurraba.

Pero la declaración estelar e inolvidable fue la de la joven estrella del porno conocida como Stacy Peach. Entró en las dependencias policiales vistiendo un ceñido vestido amarillo de látex decorado con delgadas filas de pedrería que perfilaban su espléndida silueta. Stacy simulaba gestos de disgusto cuando se le escapaban las domingas de un escote que le llegaba al ombligo.
De su brazo izquierdo asomaba Milú, una perrita de pelos rizados, el animal permanecía impertérrito, ya acostumbrado a los excesos de su ama. Un bolso de cocodrilo se balanceaba en el codo de su brazo derecho.
Calzaba unos impresionantes zapatos de tacón de aguja, que resaltaban sus perfectas piernas y perturbador trasero.
La tipa era muy inteligente y explotaba su imagen de princesa del porno hasta para ir a declarar a la policía.
Su diminuta figura volvía a resaltar con el entorno.
El edificio de la Central de Policía era incluso desproporcionado. Había sido un teatro en la época dorada de la ciudad.
Se mantuvo cerrado durante más de cincuenta años. Hasta que se decidió dar provecho a esa mole de cemento alojada en el centro de la ciudad. Se expropió y se habilitó para su función actual.
Al entrar nos encontramos en un espacio abierto, de tres plantas que comunican con el lujoso hall las escaleras de la época y el famoso ascensor.
Tres agentes, fans incondicionales de la biografía de la diva, se prestaron a acompañarla.
Stacy inició el ascenso de los famosos cuarenta y cinco escalones descalza.
Uno le llevaba los zapatos, otro el bolso y a Milú. El tercero iba en retaguardia escoltando las míticas posaderas de la actriz. En cada rellano Stacy se bajaba el vestido, que muy poco dejaba ya a la imaginación.
Ya en la tercera planta se puso los zapatos apoyada en el brazo de un agente y le firmó un autógrafo en la muñeca.
––La perra no puede pasar ––dijo Valeria a modo de bienvenida.
Stacy quedó desconcertada.
––Usted sí, me refiero a su perrita ––Val sonrió con sorna––, le aseguro que estará en buenas manos y usted también.
Val cogió suavemente al animal, entró en la sala de los agentes especiales y puso a la perrita sobre la mesa de Gus.
––Tintín, Milú ha venido a visitarte.
El jolgorio por la ocurrencia resonó en toda la planta.
––Es de un testigo, te la dejo mientras le tomo declaración. Sólo bebe agua Evián y come Ferreros Rochers.
Gus miró con ternura a la mata de pelo blanca, la tenía en sus brazos y la besaba emocionado. Se dirigió a Milú.
––¡Pobre Milú mi viejo compañero de tantas aventuras! En el Tibet, en la Isla Negra... Incluso paseamos por la Luna. Y ahora mira dónde estamos: Yo de informático maricón y tú de perrilla de compañía.
Tras suspirar Gus se dirigió a Valeria, su otra perrilla.
–– Capitana Haddok, puede volver a su botella, yo cuidaré de mi viejo amigo.
Detrás del abarrotado cristal de la sala de interrogatorios hacía un calor tremendo ––Aquí hay demasiada gente –– masculló el jefe de los inspectores Gonzalo. Pero nadie le hacía ni puto caso. El espectáculo había empezado.
Stacy se sentó en la modesta silla cruzando las piernas, dejando a la vista unos impresionantes muslos.
––Señorita Penélope Pérez, su testimonio es el más importante y crucial, no en vano usted estaba junto a la víctima y al objeto desaparecido en el momento de autos.
––Por favor, llámame Stacy, y tutéame, entre dos mujeres como nosotras puede haber confianza, mucha confianza...
––Ok Stacy, tú estabas junto a Eliseo Ramírez, alias Jim Dinamita en el momento del incidente.
––Sí... Estaba frente a mí, pero al irse la luz ya no vi nada. Y cuando volvió la luz estaba deslumbrada y no veía nada ––Val se fijó bien en Stacy.
La princesa del porno tenía una piel muy blanca, era una chica realmente guapa, de ojos azules y largas pestañas, nariz ancha, labios finos y largos. Su sonrisa era escoltada por dos graciosas marcas y unos sutiles y sugerentes mofletes. Su pelo era rubio natural. La chica estaba nerviosa, se le notaba en las manos y en la respiración agitada.
Para jolgorio de la audiencia, sus pechos de silicona amenazaban en volver a tratar de escapar de un momento a otro.
––Stacy, sé que has pasado por un mal trance. Por algo inhumano... Pero confía en mí. Cierra los ojos. Ahora vamos a hacer unos ejercicios de respiración. Coge aire lentamente por la nariz y lo expulsas por la boca... Despacio... Muy despacio... Respira profundamente...

Los de detrás de la cristalera no se lo podían creer. La inspectora está situada detrás de Stacy Peach, la princesa del porno y sus manos masajean con mucho oficio sus hombros y cervicales.
––¿Más tranquila?
––Sí... ––suspiró.
––La Sánchez está haciendo un masaje a Stacy Peach...
––¡No me lo puedo creer!
––¡Me cago en la puta!
––¡Chistttt...! ¡Silencio, que no veo!
Con una mano la inspectora masajeaba su cabello.
Le daba pequeños tirones, soltaba y volvía a estirar.
Con la otra seguía relajando los nervios cervicales.
––¿Qué hacías allí?
––Estaba... Acabando una escena... Una escena muy guarra... ––la chica parecía encantada con las atenciones de Val y su voz era cada vez más aguda y susurrante–– Jim estaba a punto de nieve..., a escasos centímetros de mi cara...
La temperatura subía al otro lado de la cristalera y encima alguien soltó un sonoro y prolongado cuesco. Olía a Nocilla, pero de allí no salía nadie.
––¡Joderrrr!
Las manos de la inspectora ahora frotaban sus sienes.
Val apagó la luz de la sala.
––¿Entonces se apagó la luz , como ahora?
––Sí... ––Val acariciaba los lóbulos de sus orejas.
––No tengas miedo... ¿Notas algo anormal...?
––Hum... Sí... Algo se mueve.. Una sombra... ¡Una voz!
Stacy estaba reviviendo la escena con terror. Val abrazó a la chica por detrás y juntó su cara con la suya. 
––Estoy aquí, nadie puede hacerte daño...
––La voz no parece, no es humana...  Tararea... Una canción...
––¿La conoces...?––Todo el mundo la conoce... Blancanieves y los siete enanitos... de Disney... Cuando los enanitos van a la mina...––Mantén los ojos cerrados–– Val encendió la luz y regresó a su asiento. Cogió entre sus manos las de Stacy ––. Ahora estás en un lugar luminoso, cristalino... Cumples tu deseo más inconfesable... Te invade la paz... Cuando estés llena de paz abrirás los ojos feliz.
Durante largos minutos Stacy imaginó lo inconfesable con la inspectora como protagonista, lanzó varios suspiros abriendo y cerrando las piernas. Seguidamente se pasó la lengua por los labios, y abrió sus preciosos ojos azules.
Miraba a Valeria fascinada.
––¡Ha sido increíble! ¿Cómo lo has hecho?
Por un momento el gesto de Val se oscureció.
––Un buen hombre me enseñó ––enseguida volvió a sonreír a la actriz––. Muchas gracias Stacy, tu testimonio es de mucha ayuda para la investigación. Le recuerdo su compromiso de colaboración a no difundir las causas reales del incidente. Oficialmente ha muerto por un accidente doméstico. Mi tarjeta.
Stacy se levantó acomodando su vestido. Estrechó la mano de la inspectora y le dio dos besos, uno en cada mejilla. Al hacerlo le susurró.
(––Pensaba en ti).
(––Lo sé).
Al otro lado de la vitrina todos miraban como si el mismísimo Jim Dinamita corriera delante de ellos buscando su herramienta.
La inspectora Sánchez había ligado con la princesa del porno Stacy Peach delante de sus abobadas caras y rancias corbatas.



Textos propiedad intelectual de  José Antonio García Esteban
Prohibida la reproducción en cualquier medio existente sin la autorización del autor.  Dibujos del autor. 




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