VI- NO HAY FINALES FELICES




El edificio de la productora Final Feliz estaba emplazado en un polígono industrial dejado de la mano del creador. Un vestigio de otro tiempo que se quería mantener recurriendo a alquileres baratos.
No en vano el lugar era un catálogo de naves cerradas y de tipos de carteles rojos, blancos y amarillos: SE ALQUILA NAVE.
(––¿Papá las naves espaciales se alquilan?.
––No. Hijo estas naves no vuelan.
––¿Entonces por qué las alquilan?)
Las zonas verdes se podían llamar zonas de matojos.
La vegetación autóctona se abría paso por debajo del fino asfalto recuperando el espacio natural que por derecho le correspondía.
La basura se recogía una vez por semana y las pocas zonas de actividad económica eran un auténtico vertedero.
Dos chicas llamaron al videoportero.
Un zumbido y ya estaban en el interior.
Una voz les daba indicaciones ––Cerrad bien, y subid a la primera planta.
Las jóvenes ascienden por las grises escaleras metálicas.
Una mujer entrada en años les da la bienvenida tras la mesa de un sucio mostrador. Detrás de ella unas letras de neón apagado “Finales felices”. Por ahí asomaba la cabeza de la secretaria de Rod.
Aquello le revolvía las tripas. Sabía lo que Rod les hacía.
Pero aun así ella no movía un dedo para cambiar nada.
Era lo que se conoce en el código penal como un colaborador necesario.
La mayoría de menores salía entre sollozos, andando como patos y sangrando por el ano.
Pero ninguna se atrevía a denunciar. Habían firmado.
Además era una fuente de ingresos extra.
La serie Casting de Jovencitas Putitas era la principal efervescente fuente de ingresos de ingresos a coste cero.
La secretaria hizo el paripé de la llamada.
––Podéis entrar, es la puerta del fondo del pasillo, pero antes hay que firmar esta autorización. Pura formalidad. También tenéis que dejar aquí vuestros teléfonos móviles. A Rod le irritan las interrupciones.
Toc-Toc
––Adelante
.
Las dos chicas entraron en la sala. Allí había poca cosa. Un sofá desgastado, un colchón manchado y una mesa con dos sillas. El aspecto general y el olor en particular daban paso a una angustia más que justificada.
Las dos eran bajas, delgadas y muy jóvenes, demasiado.
Estaban muy lejos de casa y de la edad legal.
La primera tenía el pelo castaño, de piel muy blanca y llevaba un vestido rojo con cuadros negros y unas zapatillas Converse.
La segunda era rubia teñida, el gracioso flequillo le hacía parecer infantil . Vestía de blanco, un pantalón corto, blusa y zapatillas.
Las dos iban muy maquilladas y parecían dos Lolitas.
Rod casi se relame al verlas. Disimuló su erección. Aquello sería divertido. Muy divertido.
Cogió su cámara y empezó a hablar con las chicas.
––Decidme vuestro nombre.
––Yo soy Clara.
––Yo Susana.
La cámara enfocó a Clara.
––¿Por qué estás aquí Clara?
––Quiero ser actriz... Actriz de cine para adultos y ganar  mucho dinero––al decir esto se empieza a ruborizar.
Su amiga sonríe nerviosa.
La cámara gira y enfoca un primer plano de la rubia.
––¿Y tú Susana, también quieres ser una actriz de cine para adultos y ganar mucho dinero?
––Sí... Y famosa como Stacy Peach.
Rod cerró la puerta con llave. Babeaba con lo que venía a continuación. El tipo rondaba los sesenta años, su cuerpo era un homenaje a la grasa y el colesterol. Si los de Michelín buscaran a alguien para encarnar al rollizo personaje, sin duda le contratarían a él. Su aspecto era desaliñado, sucio y grasiento. El típico que a lo sumo se ducha una vez al mes, o dos si llueve.
––Queridas, os aseguro que este oficio es duro, pero follar follaréis como locas. Seguro que ya lo hacéis con vuestros novios... ¿Me equivoco?
Mientras preguntaba giraba alrededor de las chicas. Ellas estaban empezando a mostrar síntomas de nerviosismo, disimulado sonrisas forzadas.
––¿Tú eres Clara, verdad? ––la joven de pelo castaño asintió–– ¿Te la han metido alguna vez por el culo, Clarita?
La cámara enfoca un primer plano de la joven.
––No... no señor.
––Enseña tus tetitas a la cámara.
Clara se bajó la parte delantera del vestido y muestra unos senos blancos y firmes. La piel dibuja la marca del bikini. Rod sujeta la cámara con una mano, mientras con la otra tantea los pechos de la joven, apretándolos con malicia.
Ahora enfoca a la rubia.
––¿Te gusta tu amiga? ¿Alguna vez os habéis enrollado? ¿Nunca te has enrollado con ninguna tía?
––No... No señor...
––¡No, Rod! ¡Rod! ¡Llamarme Rod, que hay confianza, cojones!
––No, Rod... ––rectificó Susana.
––Pues empezarás ahora, primero le chupas las tetas hasta que te canses, luego la desnudas, la sientas en el sofá y te la meriendas ¿Sabrás hacerlo?
Susana dudaba.
––¿No querías ser como Stacy Peach? ¡No tengo toda la tarde! ¡Fuera hay más candidatas!
El falso casting ha empezado.

––¡Clara! ¡Has de poner cara de viciosa y gemir! ¡Imagina que es el cabrón de tu novio!
Lo que empieza como una maniobra torpe, acaba siendo una secuencia excitante. La rubia baja delicadamente la cremallera del vestido y la prenda viaja al suelo deslizándose por los muslos de Clara que, ya en braguitas, es guiada al sofá de la mano de su amiga. Temblando avanza el cuerpo. Rod, sin soltar la cámara, sacó su miembro y lo puso a la altura de la cara de la rubia.
––Chúpamela y tú mientras te masturbas.
Susana tiene ante si el viejo miembro de Rod. Una polla oscura vieja, gruesa y plagada de venas. El glandé está escondido en la piel del prepucio y despide un olor rancio y asqueroso.
Susana tiene una pequeña arcada. Clara lloraba.
Aquello enfadó a Rod, que de un tortazo retiró a Susana.
Agarró a Clara por el cuello y la incorporó. Con la cámara le aplastaba el pecho, causándole un gran dolor.
––¡En el mundo del porno sois putas! ¡Vuestro trabajo es excitar! ¡Los tíos se correrán viendo vuestras putas caras haciendo mil muecas reventando de placer! ¡Oyendo vuestros putos gemidos!
Rod tomó aire y le escupió en la cara.
––¡Ahora sois putas! ¡MIS PUTAS!
Susana a pesar de sangrar por la nariz, se envalentonó y defendió a su amiga plantando cara al pérfido productor.
––¡Suelta a mi amiga o llamo a la policía! ¡Y abre esa puerta, gordo hijo de puta! ¡No vamos a estar aquí ni un minuto más!
––Zorra. ¿Habéis leído lo que habéis firmado? ¿Lo habéis leído...? Abandonar el casting tiene una penalización de mil euros. Os voy a denunciar por incumplimiento de contrato y luego llamaré a vuestros putos padres y les voy a enseñar las grabaciones de lo que estaban haciendo las putas de sus hijitas.––No... Por favor... ––dijeron al unísono.
––Pues cerrad el pico de putillas.
Liberó el pecho de Clara. La cámara le había dejado marcado el objetivo. La marca circular adquiría cada vez un tono morado y la chica lloraba de dolor.
Enfocó a Susana.
Rubia, bájate los pantalones y ponte apoyada contra el sofá, a mí nadie me da por el culo. ¡Al contrario, soy yo el que va a aumentar diez tallas el diámetro del tuyo!
Susana le miraba con odio, era reticente a cumplir esa orden.
––Lo puedes poner fácil o difícil, a mí me da igual, yo vivo aquí. O si lo prefieres llamo a tus papis para que vengan a recogerte.
Obedeció entre lágrimas, los mocos le colgaban de la nariz. Allí estaba, resignada, a la espera de que Rod la sodomizara sin piedad.
Rod estuvo un rato arrancándole las braguitas a tirones, marcando y dañando sus ingles, Susana lloraba en silencio.
Rod se chupó el dedo.
––Está bien cerradito.
Ahora Susana lloraba sin consuelo.
––No llores, sólo es un dedo, gordo, pero un dedo. Aun falta lo mejor ––dicho esto el sátrapa se dirigió a Clara, que lloraba más que su amiga.
––¿Te llamas Clara?
Ella asintió moviendo la cabeza.
––Pues ahora te llamas Putilla. ¿Me oyes Putilla?
––...––los mocos y lágrimas se mezclaban en sus labios.
––Encima de la mesa verás una caja grande. Sí, esa caja metálica de bombones. Ábrela y trae el chisme más grande, lo verás enseguida. Tráelo, sino quieres sufrir cosas peores que tu amiga.
Clara gemía desconsolada.
––No por favor... ––abrió La Caja Roja de Nestlé y empezó a llorar aún más.
Aquel chisme era más grueso que su brazo.
Entre temblores se lo acercó a Rod.
––No. Antes chúpalo.
Clara abrió la boca todo lo que pudo, pero ni aun así...
––¡Abre la boca Putilla! Ni te imaginas cuánto puedes llegar a abrir tu puta boca... la boca, el...
Una voz interrumpió la verborrea de Rod.
No era humana.
Parecía venida del mismísimo infierno.

––Chicas, recoged vuestras cosas y largaos de aquí.
Clara y Susana, recogieron sus prendas atropelladamente y corrieron hacia la puerta.
A su paso la grotesca figura les habló.
––Si os vuelvo a ver, el próximo casting os lo hago yo.
Susana y Clara salieron corriendo por el pasillo. Un olor nuevo lo inunda todo. Olor a carburante. Se paran.
Apoyada en el mostrador una figura les intenta decir algo. Al verla aúllan de terror. La figura agónica se tambalea, avanza hacia ellas extiende los brazos, les corta el paso.
La piel de la cara se le cae a tiras enrojecidas. Se derrite.
Asoman los músculos, la grasa, los huesos.
Sus labios de silicona ya no existen.
Asoma parte del maxilar superior y una fila de dientes.
En su cuello y clavícula se forma un collar de carne deshecha. La ropa hierve desprendiendo vahídos de ácido.
Esa masa informe de carne es la secretaria de Rod.
––¡Ayuda!... ––un ojo se le sale de la cuenca, cuelga balanceándose, en él se reflejan las dos amigas.
Presas de un pánico descontrolado, Clara y Susana empujan y patean el cuerpo espeluznante y bajan las escaleras tropezando entre ellas, gritando en un desvarío de cuerpos y piernas pugnando por salir de allí. Las amigas se empujan, caen, abren la puerta y escapan de la pesadilla. Para otros ésta acaba de empezar.
Para un tal Rod.
El gran Rod, el productor de polla gorda y corta ya se ha cagado encima. Cómicamente avanza hasta su mesa.
Del cajón saca un revolver y empieza a disparar. De los seis proyectiles, dos seguro que han impactado en el inesperado huésped. La oscura figura ríe con los brazos en jarras.
El corazón de Rod empieza a darle pinchazos.
La cabeza de látex del intruso presenta deformaciones y marcas de fuego. Pero la reconoce y rompe a llorar.
La muerte ha vuelto del pasado.
El primer puñetazo que recibe le destroza el mentón.
Sus posaderas aterrizan amortiguadas por su rollizo contenido. La mandíbula se le descuelga, Rod la sujeta intentando hablar.
Ahora recibe una dolorosa patada en el hígado. Entre sus piernas cae una libreta pequeña de espiral que tiene un lápiz enganchado.
––Haz algo bueno en tu vida.
Gimoteando escribe. Sujeta su mandíbula con las dos manos, suplica. A su alrededor la grotesca figura lo empapa todo de gasolina. Las paredes, el colchón, el sofá vintage...
––La sangre empieza a hervir a partir de los cien grados... La carne arde a partir de los doscientos grados. Aquí llegaremos a los dos mil grados. Dicen que no hay muerte más dolorosa. Pero todavía te doy una oportunidad de sobrevivir.
Le acercó un cuchillo de base ancha y terminado en una gran punta.
––¿Recuerdas, Rod...? Tú inventaste este juego... tu polla por tu vida... Tu vida por tu polla.
De un bolsillo sacó un mechero. El zippo ya estaba encendido.
La figura puso el encendedor a la altura de sus ojos y miraba a Rod a través de la generosa llama.
Rod suda como nunca, baja la cremallera y entre lamentos saca su viejo miembro. El cuchillo ya roza la superficie venosa.
Su aullido se pierde en el eco de las calles vacías.

Las sirenas de los bomberos fueron la música de la banda sonora del fin de la productora Finales Felices, convertida ya en una gran pira funeraria.
Una risa gutural era la letra de la canción.





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